Cuando nos acostumbramos al mal: La violencia normalizada

La exposición cotidiana a la violencia, como testigos directos de ella, o a través de las redes sociales, insensibiliza a la sociedad, a niños, adolescentes y adultos, quienes terminan viendo como natural algo que no lo es

Durante muchos años los canales a través de los cuales nos enterábamos de las cosas eran los medios de comunicación: prensa, radio, televisión y cine. Estábamos acostumbrados a que día a día, o noche a noche, nos enterábamos de lo que ocurría a través de ellos.

En materia de consumo de violencia, lo hacíamos de dos formas: En noticias que venían pre digeridas, por decirlo de alguna manera. En otras palabras, editadas y con advertencias de contenido violento o fuerte. Aunque se mostraban muertes o agresiones, las veíamos con poca frecuencia.

Un equipo de periodistas se encargaba de analizar los contenidos y aprobarlos para su difusión, se trataba de respetar ciertos valores. Aun cuando no podemos negar que el amarillismo marcó una época en el periodismo, este no llegaba a una población tan amplia, ni con tanta frecuencia como ahora.

La otra forma de consumir violencia era a través de películas. Sabíamos que se trataba de hechos ficticios, explosiones controladas, sangre de mentira, filmes creados para entretenernos, para pasar una o dos horas en el cine o viendo las repeticiones en las tardes de domingo.

Sociedades violentas
En la medida en que las sociedades se hacen más violentas, en esa misma proporción aumenta el consumo de contenido violento. A lo largo de la historia reciente, el continente ha vivido tiempos difíciles, con casos como los de Colombia, México, Perú, Ecuador y, claro está, Venezuela.

“En Venezuela suceden cosas que horrorizarían a otras sociedades y acá como si nada. La última vez que algo nos conmocionó, fue el asesinato de los hermanos Faddoul”

Luis Izquiel
Docente universitario y criminólogo

Al respecto, el criminólogo y profesor universitario Luis Izquiel señala que Venezuela lleva décadas de inseguridad, traducidas en una violencia criminal cada vez más cruel, con sus respectivas consecuencias, y entre ellas destaca la normalización de la violencia.

“Acá ocurren hechos delictivos que sacudirían a cualquier sociedad latinoamericana, pero pasan casi desapercibidos. Creo que esto tiene que ver con la intensidad de la violencia, que la convirtió en algo cotidiano, casi llegamos al extremo de no inmutarnos ante la presencia de cadáveres en las calles y barrios”, indica.

“La normalización de la violencia llegó a extremos en los que no solo los delincuentes la ven como algo natural, sino que familiares, allegados y comunidades asumen la actividad delictiva como un oficio legítimo o normal, como una chamba”, acota.

Navegando entre la violencia
“La sociedad venezolana llegó a un grado de normalización de la violencia criminal que casi nada la conmociona, por lo que debemos buscar los mecanismos para evitar eso”, agrega Izquiel.

El asunto es que los niveles de violencia que consumimos se hicieron cada vez más elevados. Con el nacimiento de Internet, así como con la proliferación de las redes sociales y de mensajería, los paradigmas comunicacionales cambiaron, los medios dejaron el protagonismo.

En los primeros años de la red de redes, navegábamos ante una exposición de contenidos. Surgían sitios con todo tipo de material, desde educativo, informativo hasta pornografía, y claro está, el más violento. La exposición era masiva, pero estaba limitada.

La situación cambió con el surgimiento de la llamada web 2.0, en la que básicamente todos los usuarios nos convertimos en generadores de contenido gracias a la omnipresencia de los teléfonos inteligentes y las redes sociales. De pronto la violencia dejó de llegar dosificada y filtrada, estaba en la palma de la mano.

Cualquier persona con un teléfono inteligente puede grabar y fotografiar los hechos y, por crudos que sean, transmitirlos de inmediato a través de sus redes sociales. Un video o fotos con suficiente impacto se viralizarán y llegarán a miles de usuarios, a adultos y también a niños.

Así desaparecieron los filtros. Nadie dosifica el contenido, las imágenes brutales de crímenes, accidentes y abusos se distribuyen entre las bendiciones, los mensajes de felicitación y otros.

De la sociedad justa a la vengativa
A más exposición a la violencia, más insensibilidad. Normalizamos las muertes y las amputaciones, los asesinatos se convirtieron en algo que se ve con naturalidad.

“La normalización de la violencia llegó a extremos en los que no solo los delincuentes la ven como algo natural; sino que familiares, allegados y comunidades asumen la actividad delictiva como un oficio legítimo o normal, como una chamba”

Luis Izquiel
Docente universitario y criminólogo

La sociedad dejó de ser inocente, se convirtió en espectador-actor-protagonista. Los linchamientos no solo son reales, sino también virales. Hoy, si ocurre un linchamiento o un asesinato, cualquiera puede participar virtualmente. Puede ser juez y verdugo.

“En Venezuela suceden cosas que horrorizarían a otras sociedades y acá como si nada. La última vez que algo nos conmocionó fue el asesinato de los hermanos Faddoul. Luego de eso han sucedido cosas terribles y no nos han inmutado. Normalizamos tanto la violencia que hace unos meses se escaparon cientos de delincuentes de las principales cárceles del país y fue como si no pasara nada. En otros países eso habría significado un escándalo, acá no importó”, dice Izquiel.

Resensibilizar a la sociedad
Entonces, ¿cómo hacer para no insensibilizarnos ante la violencia y el crimen, para que comprendamos el sentido del dolor y el daño que produce la delincuencia?

Especialistas señalan que en caso de niños y adolescentes, es necesario establecer procesos comunicacionales con ellos para intercambiar opiniones sobre contenidos que pueden ser perturbadores.

Recomiendan establecer límites al acceso a redes sociales, controles parentales al contenido violento o pornográfico, horarios de consumo para evitar la sobreexposición, mientras que sus redes de mensajería deben ser supervisadas.

A las personas adultas les sugieren que el consumo de contenido violento sea racional, con una visión crítica de los hechos, no limitarse a la expectación, ni a promoverla. Los usuarios deben preguntarse si quieren ver eso y por qué lo hacen; además, es necesario tratar de sustituir ese contenido por otras cosas que llenen sus expectativas.

De más está decir que las autoridades deben controlar y hasta evitar los discursos violentos, así como crear programas de seguridad y de educación que permitan restablecer la confianza en la justicia y en las autoridades.

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